En algún momento de nuestras vidas, todos hemos oído hablar de conceptos como “talentos” y “virtudes”, e incluso de “dones” o de “tener un don”, ¿verdad?
Los talentos o dones suelen asociarse con cualidades innatas, habilidades con las que algunas personas parecen nacer. Es como si, al nacer, algunos afortunados ganaran una especie de “lotería”, y obtuvieran una facilidad espeial para desarrollar destrezas o habilidades específicas, casi sin esfuerzo. Estos talentos pueden relacionarse con áreas tan diversas como el deporte, la música, la danza, el arte, las relaciones sociales, la ciencia, el pensamiento abstracto o la comunicación.
Cada persona puede tener talentos únicos, aunque algunos tienden a repetirse entre individuos. Sin embargo, cada uno desarrolla sus talentos de manera particular, aportando un toque característico desde su propia esencia. De esta forma, los talentos individuales enriquecen tanto a los demás como al mundo en general.
A veces los talentos se descubren de manera temprana, y otras veces quedan dormidos, latentes, hasta que surgen de manera inesperada en algún momento de la vida. Incluso si afloran más adelante, quizá ya un poco tarde, siempre es mejor tarde que nunca, si aún contamos con tiempo y energía para actuar.
Por otro lado, encontramos las virtudes, que suelen asociarse con algo más profundo y trascendente. Una virtud es un concepto abstracto que representa una forma correcta o adecuada de comportamiento, definida en función de una sociedad o cultura determinada. A diferencia de los talentos, no nacemos con virtudes; éstas se van desarrollando según cómo actuamos y nos comportamos a lo largo de la vida. Ejemplos de virtudes son la sabiduría, la justicia o la bondad.
Las virtudes suelen inspirarnos a lo largo de nuestras vidas. Son ideas y valores que nos guían, presentes en nuestras interacciones diarias, aunque no siempre seamos conscientes de su influencia. Regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y orientan nuestras conductas, tanto en beneficio nuestro como en el de la sociedad.
A lo largo de la historia, grandes filósofos, pensadores y psicólogos han intentado identificar cuáles son las virtudes más universales e importantes. En años recientes, la psicología positiva ha tomado la posta en esta búsqueda, realizando un análisis profundo de estos conceptos desde una perspectiva histórica y transcultural, lo cual ha dado lugar a la teoría de las fortalezas de carácter.
Entonces, te preguntarás, ¿cómo se pueden alcanzar esos conceptos abstractos y elevados que llamamos virtudes? ¿Cómo podemos, de manera práctica y realista, ser más justos o más sabios en el día a día?
La respuesta la encontramos en las fortalezas de carácter, que representan los caminos para acercarnos a las virtudes. La práctica de estas fortalezas nos permite materializar las virtudes en algo concreto y entrenable.
Martin Seligman y Chris Peterson, dos de los fundadores de la psicología positiva, desarrollaron la Teoría de las Fortalezas de Carácter, un modelo que explica el crecimiento personal y el desarrollo positivo de la personalidad a través de 24 fortalezas de carácter, organizadas en 6 virtudes fundamentales.
Las fortalezas de carácter son rasgos positivos de la personalidad, valorados en todas las culturas del mundo. Los estudios sugieren que las personas que identifican y usan sus fortalezas tienden a ser más felices y exitosas en la vida. Cada uno de nosotros posee entre 5 y 7 fortalezas destacadas que mejor nos representan y que disfrutamos ejercitando.
Las 24 Fortalezas de Carácter y las 6 Virtudes
Virtud: Sabiduría y conocimiento
Fortalezas: Curiosidad, Amor por el aprendizaje, Mente abierta, Creatividad, Perspectiva.
Virtud: Valor
Fortalezas: Valentía, Perseverancia, Honestidad, Entusiasmo.
Virtud: Humanidad
Fortalezas: Amor, Bondad, Inteligencia social.
Virtud: Justicia
Fortalezas: Equidad, Liderazgo, Trabajo en equipo.
Virtud: Templanza
Fortalezas: Autorregulación, Perdón, Humildad, Prudencia.
Virtud: Trascendencia
Fortalezas: Humor, Gratitud, Apreciación de la belleza o la excelencia, Espiritualidad, Esperanza.
Conclusión
Al conocer nuestras fortalezas, podemos mejorar nuestras vidas y crecer, ya que estas capacidades se pueden entrenar y nos permiten alcanzar nuestro máximo potencial, enriqueciendo tanto nuestro mundo interior como el de quienes nos rodean.
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