Nunca pensé que me acercaría a Dios con tanto fervor. No lo hice por miedo a la muerte ni por una tragedia que me empujara al límite. Me acerqué a Él porque un día me encontré cara a cara con el verdadero enemigo: mi ego (Satanás). Esa voz interna que justifica lo injustificable, que busca placer, poder y validación, disfrazada de lógica y éxito. Ahí comenzó todo.


El encuentro con el Ego (Satanás)

Mi despertar espiritual comenzó al estudiar a los estoicos. Marco Aurelio, Epicteto, Séneca… todos hablaban de dominio propio, de la virtud como único bien y del poder de gobernarnos a nosotros mismos. Esa idea me confrontó: ¿quién me gobernaba en realidad?

Empecé a observar mis pensamientos y hábitos: la búsqueda constante de placer, el deseo de control, la necesidad de aprobación. Ahí descubrí lo que hoy llamo los ocho pilares del ego: placer, poder, fama, fortuna, miedo, identidad, comparación y orgullo.
Comencé a detectarlos uno a uno en mi vida, y aunque sigo cayendo en ocasiones, el solo hecho de verlos claramente ya es una victoria.

El más difícil: la lujuria. Ese susurro constante que me invitaba a la autogratificación, a imaginar lo prohibido, a satisfacerme como si eso fuera libertad. Descubrí que no era yo, sino algo dentro de mí que me dominaba. No era placer, era prisión.


Reconocer la Voz del Maligno

La voz del maligno no vino con cuernos ni sombras oscuras. Vino con frases como:
“Te lo mereces. Sólo una vez. No pasa nada.”

Era seductor, repetitivo, persistente. Pero al mismo tiempo que lo reconocía, algo dentro de mí despertó: la conciencia de que yo no era esa voz. Que mi verdadero yo era otra cosa.

Ese momento fue clave. Comprendí que si el enemigo era real, también lo era Dios. Y decidí buscarlo.


El Estoicismo como Puerta al Evangelio

Gracias a la filosofía estoica aprendí a observar mis pensamientos sin juzgarlos, a resistir el placer fácil, a aceptar la incomodidad como parte del crecimiento. Pero había un límite: el estoicismo me daba razón, pero no redención.

Fue entonces cuando recordé las enseñanzas de mi padre, el catolicismo que mi padre me inculcó. Me acerqué a la Biblia. No por tradición, sino por hambre de verdad.

Ahí encontré palabras que traspasaban mi alma:

El estoicismo me dio disciplina. Cristo me dio propósito.


4. Dios me Habló en el Silencio

Llevaba tiempo queriendo ir a misa, pero por una razón u otra, no se había dado. Un día, mientras realizaba un servicio, pasé a una iglesia cercana. Sentí el impulso, un llamado de acercarme a Dios. Me arrodillé, guardé silencio… y oré.

Le dije con el corazón abierto:
“Dios mío, quiero servirte. No sé cómo. Úsame como tú quieras.”

La respuesta no tardó. Fue inmediata, serena y firme, como si siempre hubiese estado allí, esperando que me callara por dentro para poder escucharla:

“Usa los dones que te di. Ayuda a tus hermanos. Difunde la verdad. Muestra lo que ves desde mi mirada, no desde la tuya.”

No hubo promesas de éxito, ni demandas materiales. No me pidió nada, excepto lo esencial: que me entregue.
Y a cambio, me ofreció lo que más pesa y más libera: verdad, propósito y amor.


5. El Placer y el Amor Verdadero

El amor de Dios se siente como sacrificio consciente, no como explosión emocional. Es permanente, sereno, firme. A diferencia del placer egoico, que es fugaz y deja vacío, el amor verdadero llena el alma y la dirige hacia lo eterno.

Ahí entendí que todo lo que Cristo enseña tiene un objetivo: destruir al ego (Satanás) y liberar al espíritu.


6. La Conversión es un Camino

Mi conversión no fue un evento, fue el inicio de una lucha. Cada día lucho contra el ego (Satanás). Cada día me levanto con la tentación del placer, del control, de la duda. Pero ya no estoy solo.
La palabra de Dios se ha vuelto mi espada. En cada versículo encuentro una llave, una herramienta, una armadura.

Estoy más libre hoy que nunca, no porque todo esté resuelto, sino porque ahora sé quién lucha conmigo.


7. Mi Llamado

Dios me pidió poner mis talentos al servicio del bien. Tenía un proyecto político para generar dinero, influencia, control. Hoy, ese mismo proyecto se transformó en un instrumento para la verdad, la justicia y el despertar espiritual de los que me rodean.

Ya no me mueve el éxito, me mueve el servicio.
Ya no busco riquezas, busco glorificar a Aquel que me salvó.


Conclusión

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.”
(Proverbios 3:5-6)

Hoy sé que fui llamado no porque sea perfecto, sino porque fui obediente en medio de mi quebranto. El ego me mostró el abismo. Dios me mostró la salida. Y aquí estoy, compartiendo esto contigo, porque quizás tú también estás escuchando esa voz… pero aún no sabes de quién viene.

No estás solo. El combate es real, pero la victoria también.

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